Estaba haciendo los
deberes de biología, y al mismo tiempo, trataba de no escuchar los gritos que
provenían de abajo. Mis padres discutían casi todos los días, razón por la que
siempre quería terminar lo antes posible mis tareas, para poder salir de casa, y
alejarme de esa sensación que tenío al oírles discutir. Trataba de pensar en
otras cosas, como el volver a hacerle una visita a Henry en el hospital. Sor
Astrid decía que aunque estuviera dormido, podía escucharnos igualmente. No
podía creer que días atrás estuviéramos jugando, y en ese momentos se
encontrara en una camilla de hospital.
Mas todas las
preocupaciones desaparecieron de mi mente al notar algo pasar a través de mí.
No conseguí saber que era, semejaba una fuerza o algo similar. Pero lo que me sorprendió
fue lo que vino a continuación: una oleada de imágenes invadieron mi mente,
totalmente ajenas al principio, mas luego con sentido. Pude reconocer caras,
lugares, nombres. Aquellas imágenes, aquellos recuerdos… eran míos. Mi primer
juego de té, mis antiguos peluches, la cabaña, los niños del pueblo, el puesto
de juguetes… Lo recordé todo en cuestión de lo que a mí me parecieron horas.
Escuché voces abajo. Me levanté de la silla y salí de la habitación. Baje las
escaleras y vi una pareja abrazándose. Los que unos minutos atrás habían sido
mis padres, ahora los recordaba como los vecinos, los que durante tanto tiempo
me habían cuidado cuando vivía en el bosque. La que había sido mi madre reparó
en mi presencia y me miró con los ojos llorosos.
- ¿G-Grace?
Asentí.
Ella abrió los brazos,
invitándome a abrazarla. Bajé las escaleras y la abracé. Aquellos recuerdos,
aquella vida pasada, era tan confuso a la vez que claro. Traté de encontrar una
explicación. Busqué entre mis últimos recuerdos de aquella vida, cuando caí en
la cuenta de que me faltaba algo. Algo que, incluso en mi vida anterior, hacía
mucho que no veía. Algo querido.
Papa.
“-Papa. ¿Quieres tú té?
Parecía preocupado. Muy
pocas veces le había visto así, él siempre trataba de esconder la preocupación
detrás de una de sus flamantes sonrisas.
- Grace, pasarás el resto
del día con los vecinos. He de cumplir un encargo.
- ¿No puedo acompañarte?
Me gusta ir contigo al bosque.
- No voy al bosque,
cariño.
No recordaba que él hubiese
hablado con alguno de sus clientes habituales mientras estábamos en el pueblo,
y era inusual que le hicieran encargos de lugares alejados del bosque. Durante
todo el día sólo había hablado con una persona.
Un escalofrío recorrió mi
espalda.
- Es un encargo para la
reina, ¿no?
Su respuesta a mi
pregunta fue bajar la mirada, y a continuación mostrármela en su serio rostro.
- No importa lo que
quiera de ti. No lo hagas.
Se levantó de la pequeña
silla de juguete y se agachó junto a mí.
- Grace, debo hacerlo.
Quiero que tengas lo que quieras.
- Sólo te quiero a ti,
papá. Por favor, quédate.
- Ven aquí.
Me cogió en brazos y se
levantó, mientras yo le abrazaba.
- Lo sé.
Se acercó a la puerta,
con ojos de disculpa.
- Lo lamento, pequeña, he
de irme.
- Prométeme que vas a
volver.
Cogió mi pequeña caperuza
de color castaño del colgador, sin responderme.
- Prométemelo.
- Te lo aseguro.
Me puso la prenda
mientras que mostraba una de sus sonrisas.
- Para tomar el té. ¿Lo
prometes?
Se agachó junto a mí y me
miró a los ojos.
- Te lo prometo. No me lo
perdería por nada.
Acercó mi rostro hacia él
y me besó la frente. No quería que se fuera. Decían cosas espantosas de la
reina, y si le pasara algo a él, no me quedaría nada.
Me abrió la puerta
gentilmente.
- Anda.
Suspiré antes de salir, y
al hacerlo, me colocó la capucha de la caperuza. “
Aquella había sido la
última vez que había visto a mi padre. Cuando llegó la noche y veía que aún no
había vuelto, los vecinos me permitieron quedarme con ellos aquella noche. Las
noches se volvieron días, y los días se volvieron semanas. Cada mañana miraba
por la ventana, esperando que por la chimenea saliera humo del agua hirviendo
para el té. No recordaba haberle visto siendo Paige. ¿Acaso no estaba en la
ciudad? ¿Habría vuelto a la cabaña como prometió, pero yo ya no estaba?
- ¿Habéis visto a mi
padre?
Pregunté levantando la
cabeza, mirándoles esperanzada. Ella dirigió su mirada al que una vez había
sido mi padre. Él negó con la cabeza, y ella me abrazó más fuerte.
Tal vez fuera otra vida,
otro mundo, mas la historia era la misma. Estaba sola, mirando por la ventana
a que mi padre regresara, para al fin tomar ese té prometido, para que me
deslumbrara de nuevo con una de sus sonrisas.
¿Dónde estás, papá?
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