noviembre 07, 2013

Caminaba tras él, cogida a su brazo, pero un paso por detrás. Todo le parecía tan maravilloso tras ése tiempo encerrada, tan fresco el aire, tan cálidos sus abrazos... Era difícil caminar por ése trozo del bosque, pero ¿qué mas daba? Él había querido dar un paseo por el bosque, y éso era nuevo para ella. Siempre le habían gustado las cosas nuevas y desconocidas, al menos desde que podía recordar, así que apenas él lo propuso, ella aceptó.

El bosque estaba tan verde y luminoso que hería la mirada. Entrecerrando los ojos, miró adelante, tratando de averiguar por dónde estaban en vano. Habían caminado más de diez minutos desde que entraran al bosque, calculaba, y alrededor sólo veía árboles, rocas y matorrales bajos. Se preguntaba a dónde la estaría guiando; habían salido charlando de casa con normalidad, pero él parecía algo ausente desde hacía un rato, desde que habían llegado al bosque más o menos. Como si tuviera la cabeza en otro sitio, como si pensara en otra cosa más que en su paseo. Silencioso, taciturno. No parecía el de siempre, pensó, pero no quería molestarle ni interrumpir sus pensamientos. Su verborrea inquisitiva solía jugarla malas pasadas, siempre queriendo saber, siempre queriendo conocer algo más. A veces sentía que podía molestarle con tanta pregunta, aún cuando él nunca se hubiera quejado de ello. Tuvo la intención de preguntarle a dónde iban, pero ni un sonido brotó de sus labios. Su gesto serio la frenó; parecía demasiado serio, demasiado concentrado. No era el momento. Continuó caminando con él, algo cabizbaja, apretando las mandíbulas para no romper su silencio.

De pronto, algo la alcanzó, con la intensidad de un rayo y la suavidad de una caricia a la vez. Una sensación extraña, como una brisa repentina, un escalofrío que la bajó por la espalda. Ante sus ojos seguía el mismo bosque, sus ropas eran las mismas, incluso seguía agarrada al mismo brazo que cuando salió de casa. Pero ella ya no era la misma. Y nunca volvería a serlo. Como si se hubiera abierto una compuerta en su cerebro, miles de imágenes y recuerdos se desbordaron de golpe, obligandola a pararse en seco. El hombre que la guiaba se detuvo con ella y la miró, inquieto y preocupado, aún cuando ella no se percató de su mirada. Estaba perdida en sus pensamientos.

Un hombre vestido de rojo, una mesa larga y oscura, una taza cayendo al suelo, un vestido dorado, una habitación redonda llena de libros, los barrotes de un carromato en la oscuridad... Un monstruo que no daba miedo, una rueca, una rosa. Un beso. Todo se revolvió en su mente como lo haría un brebaje en un caldero, en cuestión de segundos o quizás menos. Se agarró fuerte al brazo del que se agarraba, mientras su corazón arrancaba a latir con violencia y su boca se abría para tomar una bocanada de aire frío, como si hubiera vuelto a nacer. Sus pensamientos se hilaron uno con el anterior, y luego ambos con el siguiente, uniendo ésas imágenes nuevas y a la vez antiguas con lo que había vivido tras abandonar el hospital. Busca al señor Gold, dijo Jefferson... Cómo no buscarle. Volvió su rostro al hombre que la guiaba por el bosque, como si se hubiera percatado de nuevo de su presencia, y le brillaron los ojos anticipando lágrimas al mirar sus rasgos. Sólo una vez antes le había visto así; tragó saliva, aguantó la emoción como mejor pudo y susurró con el corazón encogido:

- Rumpelstiltskin... Y-ya te recuerdo.

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